¡Bienaventurados!

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Las bienaventuranzas de Jesús nos invitan a vivir en una constante actitud de conversión personal y comunitaria. Por ello, debemos recordar que:

El “pobre de espíritu” que actúa sin prepotencia y arrogancia, sin el brillo de las riquezas y el esplendor de los honores poseerá el reino de Dios.

El que “llora” con el que sufre y comparte la suerte de los perdedores será consolado por Dios.

El que no se impone por la fuerza, sino practica la mansedumbre de su Maestro y Señor heredará la tierra prometida.

El que tiene “hambre y sed de justicia” y trabaja por una vida más digna, empezando por los más pequeños, verá saciados sus deseos por Dios.

El que renuncia al rigorismo moral y prefiere la misericordia frente a los pecadores alcanzará de Dios misericordia.

El que obra con un “corazón limpio”, camina en la verdad y no promueve el secretismo o la ambigüedad un día verá a Dios.

El que “trabaja por la paz” y renuncia toda forma de violencia será hijo de Dios.

El que sufre la hostilidad y la persecución por causa de la justicia y no rehúye la cruz de Jesús poseerá el reino de Dios.

Sólo una Iglesia, marcada por las bienaventuranzas, tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.

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