Amor a Dios y al prójimo

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En la primera lectura (Cfr. Dt 6, 2-6), se nos recuerda que el primer mandamiento consiste en amar a Dios con todo el corazón, toda el alma y con todas las fuerzas.

En el Evangelio (Cfr. Mc 12, 28b-34), Jesús nos indica que el primer mandamiento es amar a Dios con toda el alma, la mente y con todo el ser, e, inmediatamente, añade que hay un segundo mandamiento: amar al prójimo como a sí mismo. Ante esta respuesta, el escriba le da la razón y señala que estos mandamientos valen más que “todos los holocaustos y sacrificios”.

El amor a Dios y el amor al prójimo como a sí mismo, para el cristiano, son necesarios y, a la vez, inseparables. Ser necesarios significa que el amor, en esta doble relación, no puede ni debe prescindirse en la vida ordinaria; más aún, el amor se transforma en el signo distintivo o en la carta de presentación del cristiano ante los demás.

Estos dos mandamientos, de la misma forma, son inseparables, es decir, son como las dos caras de una medalla. Esta es la razón por la cual quien ama a Dios está invitado a amar a los demás y a sí mismo; y, viceversa, quien ama al prójimo y a sí mismo está llamado a amar a Dios. Si no lo hacemos, corremos el riesgo de quedarnos en medio camino y, por lo tanto, de caer o en un espiritualismo desencarnado (solo Dios) o en un humanismo sin trascendencia (solo el ser humano).

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