Amor al enemigo

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Cuando hablamos de amor, nos llenamos de alegría y esperanza, más aún si lo hacemos en un mundo familiar y social, muchas veces, herido por el miedo o la violencia.

 Pero cuando Jesús nos dice: “amen a sus enemigos, recen por los que les persiguen, perdonen setenta veces siete “, nos parece insólito y hasta absurdo.

 Los que le oyeren, con seguridad, se escandalizaron. ¿Acaso se olvidó del sometimiento de su pueblo a los romanos o de la explotación y los abusos de los poderosos? ¿Cómo hablar de perdón si se promovía el odio y la venganza?

Jesús sabía lo que estaba diciendo. Su experiencia de Dios Padre era única y maravillosa: un Padre que no conoce el odio, que tiene un amor tan grande que “hace salir el sol sobre buenos y malos, manda la lluvia a justos e injustos”. Jesús nos invita a no ser enemigos de nadie, ni siquiera de los que nos odien y persigan.

No se trata de sentir el mismo afecto o cariño que a nuestros seres queridos. Amar al enemigo, simplemente, es no desear ni hacerle daño; es buscar lo que es bueno para él.

Jesús nos invita a “rezar por los que nos persiguen” para que desaparezcan de nuestro corazón el resentimiento, el odio y la enemistad, hasta morir como él diciendo: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».

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