Anunciar el Evangelio

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En el prólogo del evangelio de San Juan se hacen dos afirmaciones básicas que nos llevan a revisar nuestra manera de entender y vivir la fe cristiana.

La primera: “La Palabra de Dios se ha hecho carne”. Dios sale de su Misterio y nos habla. Pero no lo hace por medio de conceptos y doctrinas sublimes, sino a través de una persona: Jesús, a quien pueden entender y acoger incluso los más sencillos.

La segunda: “A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer”. Los teólogos, predicadores y dirigentes religiosos hablamos mucho de Dios, pero sin haberlo visto. Solo Jesús, el Hijo único del Padre, es capaz de contarnos cómo es Dios, cómo nos ama y cómo nos busca en todas las circunstancias de la vida.

Estas dos afirmaciones nos llevan a pensar y soñar en una Iglesia más enraizada en el Evangelio de Jesús y a no enredarnos en doctrinas o costumbres no siempre ligadas al núcleo del Evangelio. Si no anunciamos el evangelio, corremos el riesgo de predicar incluso algunas opciones ideológicas, de cualquier tendencia.

El anuncio del evangelio de Jesús, nos dice el Papa Francisco, sigue siendo “lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y, al mismo tiempo, lo más necesario”.

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