El desierto

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Comenzamos el tiempo de cuaresma; una oportunidad propicia para orar y meditar en la Palabra de Dios y para obrar con misericordia y justicia con nuestros hermanos.

El desierto sigue siendo el lugar preferido por Dios y por los profetas para el encuentro y el diálogo profundo; un espacio, libre de toda presión familiar, social, política y cultural, que hace posible que el ser humano experimente una vez más el amor incondicional de Dios y, también, entre en su corazón y descubra sus grandezas y miserias.

Las grandes tentaciones humanas de la riqueza, el poder, la gloria y el placer no fueron ajenas en la vida de Jesús. Sin embargo, él nos enseña cómo afrontarlas y superarlas, de tal manera que no perdamos nuestra dignidad de personas e hijos de Dios.

En este relato, el diablo (el engañador) tiene un papel protagónico. En nombre de los bienes de esta tierra trata de convencer a Jesús para que desista de su propósito. Para ello pervierte el orden: en vez de que la criatura adore a su creador, pretende que el Hijo de Dios se arrodille y lo adore a él y a todas las obras. Jesús desenmascara toda pretensión diabólica y restablece el orden primero: la adoración es solo a Dios.

¿A quién o a qué adoramos: a Dios o al poder, la riqueza, ¿la fama y el placer?

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