Estamos celebrando la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo; una oportunidad para profundizar en la importancia de la Eucaristía en la vida cristiana.
El Concilio Vaticano II nos recuerda que “no se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Eucaristía”. Como raíz, alimenta y sostiene a cada uno de sus miembros; y como quicio, toda la vida personal, familiar, eclesial y social gira a su alrededor. La Eucaristía, de este modo, se convierte en el centro de comunión con Cristo y con la comunidad.
A lo largo de la historia, sin embargo, no siempre se lo ha visto así. No pocas veces, la Misa ha servido para rendir homenaje a personas o para escuchar conciertos. Asimismo, la Eucaristía pierde su esencia cuando se la convierte en una práctica rutinaria sin ninguna repercusión en nuestras vidas; pues podemos comulgar con Cristo los domingos y no comulgar con los hermanos durante la semana, especialmente con los privados de pan, de amor, de justicia y de paz.
La Eucaristía, por lo tanto, es comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo y también con los hermanos en todas las circunstancias de la vida. ¿Cómo vivimos la Eucaristía?
