La puerta estrecha

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Mientras Jesús camina hacia Jerusalén va “enseñando” por ciudades y aldeas. Su mensaje es inconfundible: Dios es un Padre bueno que ofrece la salvación a todas las personas, independientemente de su situación moral o religiosa. Los fariseos lo critican porque acoge a los pecadores; con lo cual, estaría promoviendo una relajación moral y espiritual inaceptable.

Un desconocido pregunta a Jesús si son pocos o muchos los que salvan. Sin responderle directamente, señala que lo importante no es saber el número de salvados, sino esforzarse por entrar “por la puerta estrecha”. Esta decisión significa cumplir algunas exigencias, como ser misericordiosos como el Padre; no juzgar a nadie, perdonar setenta veces siete, amar al enemigo, buscar el reino de Dios y su justicia, entre otras.

Pero ¿dónde está la puerta? Jesús responde: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, será salvo” (Jn 10,9). Esta verdad nos compromete a aprender a vivir como él, a tomar su cruz y seguirlo, y a confiar en el Padre.

La salvación, para Jesús, no es fruto de un rigorismo legalista, ni un privilegio de unos pocos elegidos, como tampoco tiene que ver con un laxismo permisivo. La salvación que nos ofrece Jesús está unida al amor radical al Padre y al amor sin límites al hermano.

Jesús es la puerta abierta que nos ofrece la salvación, pero debemos esforzarnos por entrar por ella.

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