Lázaro

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En la parábola hay dos protagonistas. Un rico que viste de púrpura y de lino y que “banqueteaba espléndidamente cada día”. No tiene identidad ni se compadece de nadie. Un mendigo hambriento y cubierto de llagas; nadie le ayuda, sólo unos perros lamen sus heridas. Tiene un nombre: “Lázaro” o “Eliezer”, que significa: “Mi Dios es ayuda”. La suerte de los dos cambia con la muerte. El rico es llevado al “hades” o “reino de los muertos”; y Lázaro “al seno de Abrahán. Dios tiene la última palabra sobre ricos y pobres.

El rico no es juzgado por sus bienes ni porque ha explotado o robado, sino por su indolencia o indiferencia, porque disfrutó de su riqueza ignorando al pobre.

Entre nosotros, también crece la apatía o falta de sensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Un mendigo nos molesta y un amigo enfermo nos perturba; preferimos tomar distancia del sufrimiento y refugiarnos en nuestras ocupaciones.

Otras veces, nos acostumbramos a verlo a través de una pantalla o lo reducimos a estadísticas. El sufrimiento nos afecta solo cuando es alguien muy cercano, pero tratamos de anestesiar el corazón. ¿Hay algún “Lázaro” que espera nuestra comprensión y acción?

 

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