Ser Sal y Luz

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Jesús, utilizando las metáforas de la sal y de la luz, nos indica lo que tenemos que ser en esta tierra o en el mundo familiar y social en el que vivimos.

La sal ayuda a que los alimentos no se corrompan y tengan sabor. La luz ilumina el camino y nos conduce con seguridad. Pero ¿qué pasa si la sal se vuelve insípida o si desaparece la luz? Los alimentos se corrompen y pierden el gusto y el mundo se llena de tinieblas.

La presencia de los cristianos en este mundo no puede pasar desapercibida ya sea bajo una falsa humildad o la idea de que la fe es puramente individual, privada e íntima.

Jesús piensa en una Iglesia sal y luz del mundo y no escondida en sus miedos o encerrada en sus problemas. Jesús quiere que la vida cristiana transforme las realidades que toca.

La conciencia de que somos sal y luz nos compromete a no huir del mundo ni a quedarnos en el lamento o en la condena, sino a asumir nuestra responsabilidad de seguir anunciando el Evangelio.

La gente, en cierto sentido, tiene “derecho” a ver las buenas obras de los cristianos para alabar y bendecir al Padre. No se trata de exhibirse, sino de mostrar a Dios. Jesús quiere que seamos sal y luz en este mundo secularizado y relativista.

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