En el relato del evangelio, lleno de simbolismos, el mensaje es muy claro: la presencia de Jesús confiere eficacia a la misión evangelizadora de los discípulos.
Los discípulos, en un primer momento, van a pescar solos y en la obscuridad y no obtienen nada. La noche, en el lenguaje del evangelista, es la ausencia de Jesús, como Luz del mundo. Sin su presencia, no hay evangelización fecunda.
Al amanecer, Jesús se hace presente, pero los discípulos no lo saben. Lo reconocerán tan solo cuando, siguiendo sus indicaciones, logran una pesca sorprendente.
En nuestras parroquias y comunidades cristianas, muchas veces, la situación es muy crítica: no siempre se cuenta con suficientes cristianos comprometidos y entonces las tareas se multiplican para las mismas personas. El cansancio y el desánimo no se hacen esperar. Pero conviene preguntarnos si en lo que hacemos está o no presente Jesús resucitado.
No se trata de hacer muchas cosas y solos, sino de trabajar con Jesús. A veces, nos llenamos de textos y nos olvidamos que lo esencial es escuchar a Jesús. Las reuniones son necesarias, pero lo más importante es la Eucaristía donde el Señor nos alimenta y nos da la fuerza para continuar con nuestra misión evangelizadora. ¿Estamos dispuestos a trabajar con Jesús?
