Conversión

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Unos hombres cuentan a Jesús que algunos galileos han sido asesinados en el templo por orden de Pilato. Les pregunta si eran más pecadores que los otros y él mismo responde que no. Asimismo, les recuerda la muerte de dieciocho personas aplastadas por una torre cerca a la piscina de Siloé y dice que tampoco eran más culpables que los habitantes de Jerusalén. Lo sorprendente es que, en ambos casos, hace la misma advertencia: “si no se convierten, perecerán de manera semejante”.

Jesús, de este modo, rechaza la creencia de que las desgracias, como las enfermedades y los accidentes, son castigos de Dios por los pecados cometidos. Luego, no se enfrasca en la discusión sobre el origen de las desgracias: si son por culpa de las víctimas o porque Dios lo quiere; Jesús enfrenta a los presentes consigo mismos y les desafía a escuchar la llamada de Dios a la conversión.

El gran peligro es quedarse buscando culpables de las desgracias y no hacer nada por remediarlas. Jesús, en cambio, en vez de lamentarse o condenar, cura las heridas del corazón y devuelve la esperanza. La pregunta, por tanto, no es: ¿por qué Dios permite esta desgracia, sino qué hacemos para al menos mitigar su dolor?

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