Un Dios crucificado

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El domingo de ramos, meditamos en la pasión y muerte de Jesús en la cruz.

Los que pasan junto al crucificado se burlan de él diciendo: “Si eres Hijo de Dios, bájate de la cruz”. Jesús les responde con un profundo silencio. Este hecho nos lleva a preguntarnos: ¿es posible creer en un Dios crucificado?

Un «Dios crucificado» es absurdo para los sabios y un escándalo para los piadosos. El crucificado no tiene el rostro que las religiones atribuyen al Ser Supremo: el omnipotente, el majestuoso, el inmutable e impasible. Jesús es un Dios impotente, humillado, un Dios que sufre como nosotros el dolor, la angustia y la muerte.

Con la Cruz, nuestra fe se abre a una nueva comprensión de un Dios que se encarna en nuestro sufrimiento y que nos ama de un modo sorprendente. Ante el Crucificado comprendemos que Dios sufre con nosotros, que su vida está unida a nuestras lágrimas y desgracias y que, para encontrarnos con Él, debemos recorrer el camino de tantas personas que viven en el abandono o que son víctimas de tantas injusticias y desgracias. 

¿Somos capaces de descubrir a Dios en la cruz o preferimos buscarle en la omnipotencia puesta al servicio de nuestros deseos y caprichos? En el Dios Crucificado ¿encontramos también a nuestros hermanos crucificados?

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