Un rey crucificado

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El relato de la crucifixión, proclamado en esta fiesta de Cristo Rey, nos recuerda que su reino no es de gloria y poder, sino de servicio, de amor y de entrega total para rescatarnos del pecado y de la muerte. La Cruz, por lo mismo, no es un trofeo para mostrar a otros con orgullo; es el símbolo del Amor de Dios que nos invita a seguir su ejemplo.

En nuestra vida cristiana, tenemos la devoción de cantar y besar la cruz para agradecer a Dios por su amor sin medida. Pero también es importante no olvidar que lo primero que nos pide Jesús es cargar con ella y seguir sus pasos. No podemos caer en la ilusión (engaño) de ser cristianos sin la cruz. Cuando besamos la Cruz, entonces debemos escuchar la llamada de Jesús: “Si alguno viene detrás de mí… que cargue con su cruz y me siga”.

La cruz significa también cercanía a los “crucificados” de este tiempo, con quienes Él se identifica, como los niños por nacer, los migrantes, los enfermos, los ancianos. Esta decisión nos trae conflictos y sufrimientos, pero es nuestra manera humilde y valiente de cargar con la Cruz de Cristo.

Un Rey crucificado nos enseña a entregarnos a los demás movidos por el amor infinito de Dios con el que nos ama y da su vida por cada uno de nosotros.

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