Ciudadanos y peregrinos

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Los cristianos somos a la vez ciudadanos y peregrinos. Como ciudadanos, somos partícipes de todos los problemas cotidianos de la vida: del gozo y la esperanza, del dolor y de la angustia del mundo en todas sus dimensiones.

Esta verdad nos hace responsables del espacio físico y humano en donde vivimos. No hay lugar para la “fuga mundi” (huida del mundo) ni para la indiferencia. Los cristianos, entonces, estamos llamados a asumir un compromiso familiar, social, político, cultural, económico, ecológico, de acuerdo con la propia vocación: como laicos, religiosos o presbíteros.

Como peregrinos, en cambio, nos dirigimos hacia una Patria nueva, vivimos en una permanente búsqueda de plenitud; nada es definitivo en esta tierra. Desde este horizonte, estamos llamados a defender la libertad y el espíritu crítico frente a todo sistema social, político, económico o cultural que “pretenda” agotar en sí todas las posibilidades de la vida y presentarse como si fuera el único, el definitivo y el absoluto.

Los cristianos, de este modo, tenemos el derecho y la obligación moral de oponernos a “toda forma” de absolutismo, venga de donde venga. “Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21), nos dice Jesús; o dicho de otra manera: “No des al César lo que es de Dios”. Somos ciudadanos y peregrinos: con los pies en la tierra y los ojos en el cielo.

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