Hoy comenzamos un nuevo año litúrgico, el cual gira alrededor de dos fiestas importantes: la navidad y la resurrección de Jesús. Cada una de ellas está precedida por un tiempo de preparación: el adviento para la navidad y la cuaresma para la resurrección.
En este primer domingo de adviento, el Evangelio nos invita a la vigilancia, a estar atentos a lo que pasa a nuestro alrededor para descubrir la presencia de Dios en cada circunstancia adversa o favorable de las personas que tanto amamos.
Con frecuencia, nos dormimos en la rutina o costumbre de cada día, nos dejamos anestesiar por el miedo a vivir, a pensar y a hacer el bien, o somos atrapados por las redes sociales. En otras ocasiones, nos sumimos en añoranzas de lo que ya no existe o también soñamos un futuro muy lejano. De este modo, el presente se nos escapa y, cuando tomamos conciencia, nos queda muy poco tiempo para vivir y hacer el bien.
De aquí la necesidad de permanecer en vela, de vivir con la luz encendida que nos ayude a pensar, a soñar y a amar a las personas que nos rodean y también a descubrir y disfrutar la presencia amorosa del Padre, a escuchar su voz, a celebrar su cercanía y a testimoniar su misericordia.
Que el Señor nos encuentre en vela de tal modo que celebremos su nacimiento en nuestras vidas.