Guayaquil, (DCAG).- Paredes fisuradas, pilares caídos y dos torres que se encuentran a punto de colapsar, es la realidad que no se logra visualizar desde los exteriores de la parroquia Nuestra Señora del Carmen, más conocida como de "La Victoria", ubicada en la avenida Quito y 10 de Agosto, centro de Guayaquil. La edificación que tiene más de 85 años se encuentra en un estado alarmante debido a los constantes sismos suscitados en la ciudad.
Según un peritaje realizado en el año 2016 luego del terremoto que sacudió al país, la empresa contratada para estudiar y evaluar los daños que presentaba el templo, concluyó que las torres deben ser demolidas por el estado en que se encuentran, y el peligro que corren los transeúntes, y los feligreses que se mantienen dentro del templo.
El padre Gonzalo Zapata, párroco de esta iglesia, afirmó que “después del último terremoto han caído varios pedazos de cemento que se desprenden desde la cúpula y que como medida temporal se ha ubicado una malla en el centro para resguardar la integridad física de los feligreses, sin embargo, esto ha sido motivo para que muchas personas dejen de participar de la Eucaristía por temor a que les pase algo”.
Asimismo indicó que la inversión demanda un presupuesto mayor a los 300 mil dólares, por lo que requiere de la ayuda inmediata de instituciones públicas y privadas para la reconstrucción de esta joya arquitectónica patrimonial, ya que cientos de personas y turistas visitan a diario este templo y teme que en algún momento les pase algo grave.
Las riquezas o los bienes, tanto materiales como espirituales, en sí mismos son buenos; más aún, han sido creados por Dios para beneficio de todos los seres de esta tierra.
El gran peligro, sin embargo, está en que el ser humano, dominado por el ansia de poseerlos, los transforme en ídolos o dioses, a los que, luego, se somete. Con esta decisión, se olvida de su Creador, como también de su condición de hijo de Dios y de hermano de todos los hombres y mujeres.
Jesús nos alerta: “No pueden servir a Dios y al dinero”. No se puede ser fiel a Dios Padre, que busca la fraternidad, la justicia y la solidaridad y, al mismo tiempo, estar pendientes tan solo de los bienes o riquezas.
El dinero puede dar al ser humano bienestar, prestigio y seguridad; pero también esclavizarlo, con lo cual se desatan todas las perversidades humanas: envidias, chantajes, sobornos, asesinatos, movidos por el único fin: acumular y poseer más y más.
Jesús pone de manifiesto la insensatez de almacenar las cosechas en graneros más grandes. Es una verdadera “locura” y hasta “idiotez” dedicar inteligencia, imaginación, tiempo y los mejores esfuerzos tan solo para adquirir y conservar riquezas. “El dinero es un buen siervo, pero un pésimo amo”.
Jesús, dirigiéndose a los discípulos de Juan, les pregunta: “¿Qué buscan?”. Ellos le responden con otra interrogante: “¿Dónde vives?”; ante lo cual, les dice: ¡“vengan y verán”!
La pregunta de Jesús les toca el corazón, pues lo buscan no solo porque Juan el Bautista les ha indicado, sino porque lo estaban esperando; y por eso le preguntan: “dónde vives”; pues, quieren estar con él para conocerlo más.
Jesús, al comprender el objetivo de su búsqueda, los invita a su casa para que vean o experimenten quién es, cómo vive y cuáles son sus sueños. Los discípulos van, se quedan con él y, a partir de aquel momento, lo siguen hasta el final.
Para poder buscar a alguien o algo, cuán importante es tener un previo conocimiento de lo que nos atrae o fascina. Si no somos capaces de saber qué soñamos, qué deseamos o qué queremos en la vida, nos será muy difícil buscar los medios y los modos para alcanzarlos.
El problema actual, justamente, es que no sabemos lo que buscamos. Fácilmente, nos quedamos en las cosas materiales o en un bienestar superficial, libre tal vez de enfermedad, soledad, tristeza, conflicto o miedo, pero sin preguntarnos por alguien que dé sentido a nuestra existencia. Jesús está dispuesto a abrirnos su corazón y a compartir sus sueños. ¿Nos arriesgamos a buscarlo?