UN CORAZÓN POBRE

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Elías, apelando a la providencia de Dios, ordena a una viuda pobre que prepare un pan con un poco de harina y aceite, primero para él y luego para ella y su hijo. (Cfr. 1R 17, 10-16). Lo sorprendente es que comen los tres y la harina y el aceite no se agotan.

Jesús desenmascara las actitudes negativas de algunas autoridades -los escribas-, como el uso de trajes lujosos, el ansia de reconocimientos, la búsqueda de los primeros puestos y el mal uso de los bienes de los pobres, con el pretexto de largos rezos. Luego, observa cómo algunos ricos echan en el arca de las ofrendas lo que les sobra; y, en cambio, la viuda pobre todo lo que tenía para vivir (Cfr. Mc 12, 38-44), lo cual comenta con sus discípulos.

La Palabra de este día nos interpela a tener un corazón pobre, es decir, libre de todo apego malsano a nosotros mismos y a las cosas. Nos liberamos de nosotros si en vez de buscar los aplausos y aprovecharnos de los pobres, nos ponemos a servirlos con humildad y respeto; y nos liberamos de la esclavitud de las cosas si compartimos, no de lo que nos sobra, sino de lo que necesitamos para vivir.

Un corazón pobre, por tanto, confía en la Providencia de Dios y sirve a sus hermanos, sin por ello pasar necesidad alguna. Dios bendice abundantemente a quien comparte su vida y sus bienes con generosidad y alegría.

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