Hijos amados

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Juan el Bautista representa, de alguna manera, el esfuerzo de los hombres por purificarnos y comenzar una vida más digna.

Con frecuencia, decimos: tengo que cambiar esta situación, voy a mejorar de conducta o quiero volver al buen camino. Este deseo es noble y digno de reconocimiento pero no es suficiente. Por experiencia propia sabemos que nos esforzamos por corregir errores o hacer mejor las cosas, pero, poco a poco nos invade la rutina y el desánimo, y lo abandonamos. San Juan Bautista conoce esta realidad y por eso dice que solo bautiza con agua, pero que viene otro más fuerte y que bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.

El bautismo de Jesús supera al de Juan Bautista. Con su presencia, el cielo se abre no para descargar la ira divina, sino para regalarnos a su hijo amado. Del cielo abierto sólo brota amor, paz y confianza.

Las palabras dirigidas a Jesús también son para nosotros. El cielo abierto nos invita a experimentarnos como hijos muy amados por Dios y por las personas que nos rodean. Esta conciencia despierta lo mejor que hay en nuestro corazón, como la capacidad para amar y luchar.

El bautismo de Jesús, por consiguiente, marca una nueva forma de relacionarnos con Dios y con los demás: como  hijos muy amados por el Padre y hermanos queridos por todos.

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