Los seres humanos tras las investiduras

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2012

Guayaquil(Diario Expreso).- Ser ordenado diácono es uno de los momentos más relevantes en la vida de todo aquel con vocación de servicio pastoral. A su lado, sus compañeros recibían los abrazos y las felicitaciones de sus padres, mientras los suyos estaban a casi 2.500 kilómetros de distancia. Sin embargo, Donald Raymond recibió el cargo asignado con la misma emoción y satisfacción que lo hacían aquellos a los que sus familiares investían.

Este haitiano llegó al país, después del terremoto que azotó su nación natal. Vino acompañado de su viejo amigo Jean St. Jour, quien también estudia para ser un representante de la Iglesia católica.

Él describe a su amigo como una persona muy piadosa. “Donald desde niño quería ser sacerdote. Su familia no pudo venir a verlo ordenarse y la investidura tuve que ponérsela yo”, menciona su acompañante en la fe del Señor.

En la misma ceremonia John Lanche recibió la ordenación sacerdotal. Una distinción que durante adolescente jamás hubiese pensado tener. A este joven presbítero, su novia fue quien le develó la posibilidad de que su futuro se relacione con el sacerdocio. “Ella me dijo que me veía muy feliz en los grupos juveniles. Yo quería tener mi propia familia, pero ella insistió en que debía buscar ayuda para descubrir si Dios era lo que estaba destinado para mí”. Dudoso aceptó el consejo y buscó al guía de varios sacerdotes.

La labor pastoral, además le develó una de las realidades que más profundo caló en su corazón: algunas iglesias no contaban con sacerdotes permanentes.

Esta adversidad fue un impulsor para que su vocación de servicio se plasmara en la conquista del sacerdocio, sin embargo, un nuevo obstáculo, tal vez el más difícil de todos, surgió. Su mamá era hipertensa y cuando John le explicó sus intenciones de ser sacerdote, ella no respondió con la misma emoción. De hecho, su salud se quebrantó. Dividido entre el amor por su madre y el llamado de Dios esperó dos años más para volver a intentarlo. Mientras tanto culminaban sus estudios tecnológicos en Sistemas. A los 24 retomó la idea del sacerdocio y esta vez sí contó con el apoyo de su progenitora. “Al principio tenía cargo de conciencia, pero un cura me decía que si ser sacerdote es lo mío Dios buscará el modo de ayudarte”, explica Lanche.

No todos los padres reciben con agrado que su hijo quiera seguir los caminos del Señor. Al presbítero Julio Mera le sucedió algo similar.

A su mamá le sorprendió la noticia mientras que su padre se mostró reacio a aceptarla. Su hijo mayor, el que iba a ser médico, había cambiado de rumbo profesional. Lo que él quería era curar el alma, cambiar el estetoscopio por hostias y cáliz, y las salas del hospital por las paredes de una iglesia. Pero ahora ella es una de las más orgullosas de la decisión. “Es una alegría inmensa que siento porque es una gracia que Diosito me dio. Al parecer si lo guíe por buen camino”, opina Ángela Macías, madre del sacerdote Julio Mera.

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