¡Queda limpio!

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En tiempos de Jesús, la enfermedad era considerada como un castigo o una maldición de Dios por causa de los pecados. Los enfermos eran separados de sus familias y amigos; y si alguien los tocaba, se volvía impuro. La lepra, por cierto, era la más temida de las enfermedades. Jesús, desde su experiencia, sabe que Dios no discrimina a nadie, que es un Padre de buenos y malos, de sanos y enfermos.

Humildad y confianza
El leproso se acerca y de rodillas le dice: “si quieres, puedes limpiarme”; reconoce que Jesús es libre, que no puede exigirle u obligarle a que haga algo por él; pero también, confía, sabe que tiene el poder para curarle y devolverle la salud. 

Compasión y decisión
Jesús se compadece, se le conmueven las entrañas y experimenta el sufrimiento y la soledad del leproso, el rechazo de sus familiares y amigos; y, sin miedo de contaminarse, le extiende su mano y le dice: quiero, queda limpio.

Jesús, de este modo, acoge a los que viven en la exclusión y soledad, en la culpa y vergüenza de pensar que su enfermedad es una consecuencia de sus los pecados.

Que aprendamos de Jesús  a no discriminar a nadie desde nuestra supuesta superioridad moral, sino a acoger a todos y a conducirlos hasta él para que les devuelva la dignidad de hijos del Padre Dios.

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