El misterio de Dios

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Muchos, movidos por el amor, se han esforzado por comprender conceptualmente el misterio de la Santísima Trinidad. Jesús, en cambio, sigue otro camino. Más que enseñar una doctrina sobre la Trinidad propone a sus discípulos a relacionarse con su Padre, a seguir sus pasos y a dejarse guiar por el Espíritu Santo.

Jesús nos presenta a su Padre como un Dios cercano y bueno, al que podemos invocarle Abbá (papacito).  Un Padre que no es poder sino bondad y compasión infinitas; un Padre que nos quiere, comprende y perdona. Jesús nos invita a entrar en el proyecto del Padre buscando una vida más justa y digna para todos empezando por sus hijos más indefensos.

Jesús, asimismo, motiva a sus seguidores a confiar en él, como imagen viva del Padre. Sus palabras y gestos nos muestran a un Padre que da su vida por cada uno de nosotros. Jesús quiere formar una familia con un solo propósito: «cumplir la voluntad del Padre»; una familia que sea signo y germen del nuevo mundo soñado por el Padre.

Pero este sueño sería imposible sin el Espíritu Santo que el Padre y el Hijo nos envían. Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos” (Hch 1, 8). El Espíritu Santo es el aliento, la fuerza y el impulso para que seamos sus testigos y colaboremos en el gran proyecto del Padre.

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