San Marcos nos dice que tres mujeres fueron al sepulcro con la intención de embalsamar el cuerpo de Jesús. Ellas, como los otros discípulos, aún no saben que la muerte ha sido vencida. El sepulcro vacío les desconcierta. Pero un Ángel les dice: “No está aquí. Ha resucitado”. Además, deben anunciar a los discípulos que vayan a Galilea porque allí le verán.
Pero ¿por qué a Galilea? Porque, como lugar geográfico y social, es el punto de partida: Jesús allí comenzó su misión. Si no fuera así, la “resurrección” sería una doctrina o un dogma más, pero no una experiencia de Jesús vivo. En aquella región, los discípulos le vieron curar, perdonar, acoger e infundir esperanza.
Lo más decisivo para experimentar a Jesús resucitado no es tanto conocer la doctrina o la teología, sino recorrer su camino de amor hacia Dios y a los pequeños. La fe en Jesús, por lo mismo, no nace solo de la enseñanza de los catequistas y de los predicadores, sino también de la decisión de conocer, amar y seguir a Jesús con pasión.
Jesús, igualmente, no está en una religión muerta, sino donde se vive su Evangelio con amor. No se encuentra entre los cristianos divididos y enfrentados; está presente cuando estamos dispuestos a acogernos, a perdonarnos y a solidarizarnos. ¡Jesús ha resucitado y está donde hay vida!
