El sembrador deposita la semilla en el campo convencido de la bondad, riqueza y fuerza de la semilla; está seguro que la Palabra de Dios es capaz de transformar la mente y el corazón de las personas que la acogen; más aún, ha constatado cómo muchas de ellas, al acoger la Palabra, han recuperado la paz y la alegría de vivir.
La fe en la Palabra de Dios se fundamenta en el poder de la semilla y en la apertura de las personas. El sembrador sabe que la semilla, aparentemente insignificante por su tamaño o forma, contiene en sí misma todos los elementos necesarios para germinar, crecer y fructificar en el tiempo oportuno.
Igualmente, cuenta con la apertura de las personas a la Palabra, por cuanto es el Espíritu Santo quien obra en sus corazones, les motiva y sostiene en todo momento. El sembrador, por ello, incluso se sorprende al encontrarse con más terrenos buenos que con caminos, piedras o espinas.
La seguridad con la que siembra la Palabra, además, está secundada por su propia experiencia. Su vida ha cambiado profundamente desde el momento en que la acogió y la vivió con intensidad. La Palabra, en su vida, ya no es más un sonido vacío, sino la fuente inagotable de su inspiración diaria.