Ser creyentes

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Jesús resucitado se dirige a Santo Tomás con unas palabras que le tocan el corazón: No seas incrédulo, sino creyente; y él le responde con la confesión de fe más solemne que encontramos: “Señor mío y Dios mío”.

Pero ¿cómo pasa del escepticismo a la confianza? Según el relato, Santo Tomás renuncia a tocar las heridas de Jesús, con lo cual se abre a la fe.

Como Santo Tomás, con frecuencia, somos escépticos y críticos, dudamos de todo y, a la vez, pensamos que sabemos todo.  Pero ¿cómo dejar de ser incrédulos? No es fácil. Muchas veces, pensamos que la fe en Dios no tiene sentido y que la razón humana es la única fuente del conocimiento. Pero esta manera de pensar nos ha conducido a un sinnúmero de opiniones y percepciones que no hacen posible un entendimiento entre nosotros. Cada uno tiene “su” verdad y, bajo el concepto de tolerancia, se encierra en sí mismo y no admite otra posición.

Para ser creyentes, en cambio, es necesario reconocer que, más allá de lo visible y de lo tangible, está el misterio eterno de Dios, una verdad que sostiene y da sentido a nuestra existencia. Una verdad a la que avanzamos envueltos en tinieblas; o, como nos dice san Pablo de Tarso, “a tientas”.  ¿Cómo superar este camino tenebroso? Confesando nuestra fe en Jesús resucitado diciéndole: “Señor mío y Dios mío”.

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