SER FELIZ

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En una ocasión, un señor preguntó a una dama si su esposo le hacía o no feliz; y ella respondió que no. Sin esperar una nueva pregunta, comentó que la felicidad no podía venir de fuera, ya sea de las cosas o de las personas, sino de sí misma. Por este motivo, le manifestó que sí era feliz junto a su esposo y a sus hijos, como también cuando estaba con sus amigos o compañeros  de trabajo.

En la vida ordinaria, muchas veces, buscamos la felicidad en las cosas: en una casa, en un carro, en un vestido, en un electrodoméstico, en un cargo público, en el dinero. Si bien las cosas son útiles en la vida, no nos dan la felicidad que anhelamos.

Algo parecido sucede cuando pensamos que nuestra felicidad viene de las personas: de su amor, de su amistad, de su aprecio, de su consideración y estima. Con el pasar del tiempo, nos damos cuenta que también ellas, como nosotros, tienen limitaciones o defectos y que nos pueden fallar.

Si buscamos la felicidad más allá de las cosas y de las personas, en cambio, los resultados son distintos. Descubrimos que la felicidad nace de un corazón libre, que confía en sí mismo y está dispuesto a amar a los demás, a disfrutar de los detalles de cada día.

La felicidad de Jesús de Nazaret es fruto de  su libertad ante las cosas y personas, de la seguridad en sí mismo, de la paz interior a toda prueba y, de una manera muy especial, del amor incondicional de su Padre.

 

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