Una nueva ley

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La Ley de Moisés, según la tradición, era lo mejor que el pueblo de Israel había recibido de Dios. En ella podía encontrar lo que necesitaba para vivir en paz.

Jesús, si bien la reconoce, no la pone en el centro de su vida. Él anuncia la llegada del reino de Dios, la bondad del Padre y la ley del amor. Por eso, no basta cumplir la Ley que ordena “no matarás”, sino hay que arrancar sus causas: la violencia y la venganza.

En nuestra sociedad, se va extendiendo un lenguaje agresivo; son frecuentes las palabras de desprecio que nacen del rechazo, del resentimiento y del odio; palabras de sospecha y condena que envenenan y brotan de la mezquindad.

Esta tendencia también se da en la Iglesia. El papa Francisco, a este propósito, afirma: “me duele comprobar cómo en algunas comunidades cristianas, y aun entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odios, calumnias, difamaciones, venganzas, celos, deseos de imponer las propias ideas a costa de cualquier cosa, y hasta persecuciones que parecen una implacable caza de brujas”.

Frente a estas realidades, nos lanza un gran desafío: trabajar por una nueva ley: la del amor, en la que “todos puedan admirar cómo se cuidan unos a otros, cómo se dan aliento mutuamente y cómo se acompañan”. (Evangelii Gaudium, 99-100).

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