Bendición

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San Lucas nos dice que Jesús, mientras bendecía a sus discípulos, se fue alejando de ellos hacia su Padre. Ellos responden a este gesto marchándose llenos de alegría y bendiciendo a Dios. La bendición, así, adquiere un nuevo significado y valor hasta nuestros días.

Casi en todas las culturas, la “bendición” más que un ritualismo es el máximo deseo del corazón humano, tanto que está presente, de una manera muy especial en las familias creyentes.

Bendecir (“decir bien”: lat. benedicere) es desear y querer el bien, sin condiciones ni reservas, para todas las personas que encontramos en el camino, como salud, alegría, paz, dignidad o bienestar. Este deseo, luego, se transforma en acciones concretas al servicio de las personas.

La bendición, por contraposición, se opone a la maldición (decir y desear el mal) y a todas las actitudes que conducen a la aniquilación del otro, como la agresividad, la indiferencia, el odio. No es posible bendecir y, a la vez, maldecir.

La bendición, por su parte, hace bien tanto al que la recibe como al que la ofrece; pues todo lo bueno, grande y noble que se quiere para el otro también redunda en beneficio propio.

La fiesta de la Ascensión nos invita a ser portadores y testigos de bendición para nuestros hermanos y nosotros mismos.

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