Las bienaventuranzas de Jesús nos invitan a vivir en una constante actitud de conversión personal y comunitaria. Por ello, debemos recordar que:
El “pobre de espíritu” que actúa sin prepotencia y arrogancia, sin el brillo de las riquezas y el esplendor de los honores poseerá el reino de Dios.
El que “llora” con el que sufre y comparte la suerte de los perdedores será consolado por Dios.
El que no se impone por la fuerza, sino practica la mansedumbre de su Maestro y Señor heredará la tierra prometida.
El que tiene “hambre y sed de justicia” y trabaja por una vida más digna, empezando por los más pequeños, verá saciados sus deseos por Dios.
El que renuncia al rigorismo moral y prefiere la misericordia frente a los pecadores alcanzará de Dios misericordia.
El que obra con un “corazón limpio”, camina en la verdad y no promueve el secretismo o la ambigüedad un día verá a Dios.
El que “trabaja por la paz” y renuncia toda forma de violencia será hijo de Dios.
El que sufre la hostilidad y la persecución por causa de la justicia y no rehúye la cruz de Jesús poseerá el reino de Dios.
Sólo una Iglesia, marcada por las bienaventuranzas, tiene autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de Jesús a los hombres y mujeres de hoy.