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La parábola de los labradores homicidas se ubica entre la de los dos hijos y la del banquete de bodas.

 

En esta parábola, el dueño de la mies representa a Dios; la viña, al pueblo de Israel; los labradores, a las autoridades religiosas –sumos sacerdotes y ancianos-; los siervos del Rey, a los profetas; y el hijo, a Jesús.

 

El dueño dota a su mies de los mejores cuidados y la arrienda a unos trabajadores para que, a su debido tiempo, le entreguen la parte correspondiente. Los viñadores, sin embargo, movidos por la codicia, se apropian de ella y rechazan a sus enviados e incluso asesinan a su hijo por ser el heredero. Ante esa actitud, Jesús concluye con una severa advertencia: “por esto les digo que el Reino de Dios les será quitado y

le será dado a un pueblo que lo hará fructificar”.

 

Si bien esta parábola se dirige a los responsables del pueblo de Israel, la

podemos aplicar a nuestra vida personal y comunitaria. Conviene preguntarnos, por ejemplo, sobre nuestro comportamiento en la viña del Señor: ¿somos propietarios o colaboradores? Si somos colaboradores, entonces, estamos llamados a trabajar en la viña del Señor libres de toda codicia y a estar dispuestos a producir muchos frutos de santidad.

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