Haz tú lo mismo

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El relato de “El buen samaritano” describe las actitudes que debemos tener por encima de nuestras creencias o posiciones ideológicas.

Un ser humano ha sido agredido, robado y abandonado a su suerte. En este herido, sin nombre ni patria, Jesús resume la situación de miles de víctimas inocentes, maltratadas injustamente y abandonadas en los caminos de la vida.

En este camino aparecen dos viajeros: un sacerdote y un levita, ambos pertenecen a la religión oficial de Jerusalén. Los dos ven al herido, dan un rodeo y pasan de largo. La religión, de este modo, no ha sido capaz de abrir los ojos del corazón, generar compasión y comprometerse por el otro.

El samaritano, un extranjero, que no pertenece al Templo, ve al herido, se conmueve y hace todo lo que puede para devolverle la vida y la dignidad. Estas tres actitudes del samaritano: “mirar” al que sufre, “conmoverse” por su situación y hacer algo por él, se convierten en el distintivo inequívoco de todo auténtico discípulo de Jesús.

El cristianismo, así, no es solo teoría, sino sobre todo una práctica. No basta, por ello, la ortodoxia (recta doctrina), sino la ortopraxis (recta práctica). “Vete y haz tú lo mismo”: este es el imperativo para un auténtico discípulo.

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