Tiempo y eternidad

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Los conceptos de tiempo y eternidad cobran fuerza cuando hablamos, especialmente, de la esperanza. La esperanza no se refiere únicamente al futuro, sino tiene que ver también con el presente e incluso con el pasado.

No se trata de “esperar” de una manera pasiva, resignada, sino activa y práctica; la esperanza nos pone “manos a la obra”. No basta, por ejemplo, anunciar la paz, hay que vivirla; no es suficiente predicar la justicia, la verdad o la libertad, es necesario concretizarlos en pequeños signos, conscientes de que su plenitud lo alcanzaremos al final de la historia, cuando “Dios sea todo en todos”.

La salvación eterna, desde la visión cristiana, se juega en el tiempo, en el compromiso cotidiano, en lo pequeño, en lo que no cuenta en la sociedad. Jesús, al final de nuestra historia personal y social, nos volverá a decir: tuve hambre y sed, estuve desnudo, preso, enfermo, fui forastero (cfr. Mt 25, 35); si lo reconocimos y servimos, pasaremos al banquete eterno.

El tiempo, con todas sus dimensiones –pasado, presente y futuro-, y la eternidad, como realización plena de todas las aspiraciones del corazón humano, están radicalmente unidos.

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