¡Basta que creas!

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La enfermedad y la muerte son los límites con los que nos encontramos casi todos los días de nuestra existencia; ¿quién de nosotros no ha estado en estas circunstancias?

La enfermedad, en tiempos de Jesús, era considerada una maldición o un castigo por causa de algún pecado. Por este motivo, nadie podía acercarse a un enfermo ya que corría el riesgo de quedar impuro. Los enfermos eran aislados de la familia y de la sociedad.

El Evangelio nos habla de dos mujeres enfermas. Una joven de 12 años, hija del jefe de la sinagoga, y una mujer que había oído hablar de Jesús. En los dos casos, la curación se da por la fe que tienen en Jesús. En el primero, el padre pide a Jesús que la cure; y, en el segundo, es la misma mujer que se acerca, toca su manto y obtiene la salud.

Estos hechos nos invitan creer en la fuerza salvadora de Jesús, quien quiere no solo curarnos si tocamos su manto, sino también desea alimentarnos con su cuerpo y su sangre.

Las palabras de Jesús: “a ti te lo digo, levántate”, también, son para nosotros. Él quiere que nos levantemos del desánimo, de la pereza, de la tristeza. Pero, para ello, debemos creer no sólo cuando hay esperanza, sino incluso cuando todo aparentemente es irremediable. ¡Basta que creas!

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