Estamos celebrando la fiesta del Corpus Christi o del Cuerpo de Cristo. Una fiesta que nos invita a reflexionar sobre la grandeza del Don que Jesús ofrece tanto a su Padre (sacrificio) como a cada uno de sus seguidores (comunión).
La Eucaristía, como sacrificio, es la máxima expresión de su entrega sin condiciones al Padre; y, como comunión, es el alimento por excelencia que se ofrece a todas las personas.
Cada vez que nos acercamos al banquete eucarístico, por lo mismo, recibimos a Jesús. Esta conciencia nos compromete a guardar respeto y silencio, para captar mejor la profundidad de su misterio, en un ambiente de amor y confianza.
La comunión nos pone también en contacto con las otras personas; pues es el mismo Pan y la misma Sangre de Cristo los que unen como miembros de un único cuerpo, la Iglesia. La Eucaristía, de este modo, crea comunidad, en donde podamos vivir relaciones de cercanía y confianza, con lo cual desaparecen los prejuicios y miedos. En otros términos, la Eucaristía nos hace más hermanos, capaces de respetar las diferencias culturales o formas de pensar, sentir y obrar de cada persona y grupo.
La comunión, por tanto, no es un rito más, sino un auténtico encuentro personal con Cristo y con los hermanos. He aquí la fiesta del Corpus Christi.