Sin esperar recompensa

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Jesús nos invita a no elegir los primeros puestos y a obrar sin esperar recompensa alguna. La humildad y la gratuidad van de la mano.

Es natural estrechar los lazos de amor y amistad con las personas que amamos y que nos quieren; para ello, comer juntos es una de las mejores formas. Lázaro, Marta y María lo hacían con su amigo Jesús.

Jesús, sin embargo, nos invita a no quedarnos solo en nuestros familiares, amigos o conocidos, sino a mirar a los que no tienen los medios para correspondernos, como los pobres, los lisiados, los cojos y los ciegos.

¿Se puede amar sin esperar recompensa? En un mundo social donde la amistad está mediada por el cálculo, no siempre es fácil. Sin embargo, la gratuidad la podemos lograr poco a poco, por ejemplo, perdonando sin exigir nada, siendo pacientes con las personas que no nos agradan ayudando a alguien que no puede retribuirnos.

En la sociedad y en la Iglesia existen muchos testimonios maravillosos de gratuidad, pensemos en los voluntarios que atienden un sinnúmero de obras sociales. Pero no basta felicitarles; es necesario que también nosotros hagamos algo por los demás, sabiendo que el Padre nos recompensará.

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