La semilla

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La Palabra de Dios nos presenta algunas comparaciones del campo. Ezequiel nos habla del cedro plantado en la montaña más alta y Jesús del grano de mostaza que es capaz de crecer y anidar a muchas aves.

El agricultor, antes de sembrar, conoce muy bien la naturaleza de la semilla, el ritmo de crecimiento y el tiempo en el que aparecen el tallo, las ramas, las flores y los frutos, como también las condiciones para su desarrollo: la cantidad de sol, de luz y de abono que necesita. Este conocimiento le hace paciente y perseverante.

Esto que sucede con la semilla ocurre con el Reino de Dios en nosotros. Dios es el gran Agricultor que conoce la semilla y su ritmo de crecimiento en nuestras vidas que se abre paso hasta producir los frutos deseados, contando, por supuesto, con nuestra activa colaboración.

La parábola de la semilla, por tanto, nos enseña a ser sabios, pacientes y perseve- rantes. Sabios, para conocer la fuerza interior de la semilla del Reino de Dios en nuestro corazón; pacientes, para respetar sus ritmos de crecimiento y esperar los frutos deseados sin angustias ni enojos; y perseverantes, para mantener el ánimo en alto incluso en medio de las dificultades hasta que la planta haya llegado a su plenitud en nuestra vida.

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